José López Ramiro nace en Guadalajara el 9 de Enero de 1911, fruto del matrimonio habido entre Leandro López Ramiro - natural de Madrid e interventor en el Ayuntamiento de esta capital - y la alcarreña Carmen Ramiro Fernández. Él es el pequeño de tres hermanos - Manuel y Ricardo, nacidos en 1903 y 1906 respectivamente - y con ellos comparte vivienda en el número 5 de la céntrica plaza de Oñate - a espaldas del Palacio del Infantado y junto a la Escuela Normal de Maestros-. Es allí, en el domicilio paterno, donde pondrá en funcionamiento su laboratorio fotográfico al menos antes de 1935, año en que consta como fotógrafo en el Empadronamiento Municipal, y después de trabajar como mecánico en la factoría de "La Hispano", en la sección dedicada a la fabricación, montaje y reparación de aviones. De estos talleres y los aeromodelos allí construídos realizó entonces varias instantáneas.

Ignoramos la fecha exacta en que José López abandona su trabajo en la industria aeronáutica para abrirse paso en el negocio de la fotografía; aunque, por la misma fuente documental - el Empadronamiento Municipal -, debió ocurrir con posterioridad a 1930 y con anterioridad a 1935, precisamente en los años en que perdíamos el rastro de otros fotógrafos afincados en Guadalajara: Francisco Marí y Ángel Arquer. Pudiéramos sospechar que la secuencia de acontecimientos políticos que se sucedieron en el primer trimestre de 1931 llevaron ligados otros de carácter humano que, al menos en Guadalajara, alteraron el orden de la fotografía profesional.

Hemos de recordar que antes de la proclamación de la II República en Guadalajara estaban abiertos tres estudios fotográficos: ARQUER - instalado desde 1912 -, MARÍ - desde 1914 - y REYES - desde 1925 -; además de la incorporación, más o menos esporádica, de fotógrafos eventuales como fueron: Ricardo de Vadrís o Manuel Esteban. Así, tras el cierre de los laboratorios de Arquer y Marí, todo el negocio fotográfico quedaba en manos de José Reyes y de Casimiro Dombríz, su ayudante; coyuntura que posibilitó la incorporación de nuevos talentos, como José López que, ante esa tesitura favorable, dio el salto de la fotografía de aficionado a la profesional.

Así, partiendo de su modesto laboratorio de la plaza de Oñate, inició una carrera que se dilató hasta la década de los setenta, más como fotógrafo instalado a pie de calle que como retratista de estudio. Como fue común a esa generación de fotógrafos, aprendió el oficio y las técnicas asociadas a su nueva profesión a partir de la propia experiencia, de subsanar los errores cometidos, de experimentar con distintos modelos de máquinas y películas, y de confiar en la posibilidad de concebir una buena instantánea a partir de su facilidad para conseguir un perfecto encuadre.

Aquella elección, la de desarrollar su labor bajo la luz natural - evitando en lo posible los trabajos de interior y el uso de la iluminación artificial -, va a conferir a la obra de José López una dimensión unitaria que prevalece en todas sus fotografías, bien sean por propia iniciativa o por encargo - retratos y reportajes -. De hecho, cuando visualizamos su colección de instantáneas - ahora depositadas en los fondos del CEFIHGU -, la primera impresión que percibimos es la de estar frente al trabajo de un reportero gráfico; más preocupado por congelar la historia cotidiana de su ciudad natal, a través de las imágenes que capta con su objetivo, que por tratar de posicionarse en la fotografía de autor. Aunque este objetivo, después de los resultados obtenidos y tal como se puede apreciar en esta exposición, quedará involuntariamente incumplido.

De esta primeta etapa hemos seleccionado un conjunto de retratos en los que comprobamos cómo el autor, a falta de un estudio con medios suficientes - materiales y de espacio -, emplea recursos dispares para solucionar el problema de la composición de la escena. Así, en unas ocasiones utilizará el recurrente paño neutro o estampado, para conferir a la imagen un familiar grado de improvisación, aderezada con una inquietante situación dramática; y, en otras, buscará los elementos más plásticos de los monumentos de la ciudad - el panteón de la duquesa de Sevillano, la ermita de San Roque, o el patio del Instituto - para dotar al modelo de una envoltura enigmática y evocadora. Aunque, en la mayoría de los casos, sus opciones se limitarán a las posibilidades que permita el domicilio del cliente; utilizando, preferentemente, los patios y jardines y, cuando era técnicamente posiblem, aquellas estancias suficientemente iluminadas con la luz solar.

Son años de una incansable actividad en los que José López va registrando, imagen a imagen, la historia cotidiana de la ciudad y los acontecimientos públicos más importantes, así como la de algunos pueblos circundantes - Chiloeches, Marchamalo, Alhóndiga, Lupiana, etc.-; además, el trabajo se amplía con el servicio que presta su laboratorio para el revelado de carretes fotográficos de particulares y aficionados; e incluso, colaborando con Tomás Camarillo en el tratamiento y positivado de sus placas.

Las fotografías tomadas por José López en este primer lustro de los treinta llaman la atención por el carácter de conformidad, alegría y sosiego que transmiten. Tanto los retratos aludidos - donde descubrimos una natural arrogancia, fruto de la libertad conquistada-, como las instantáneas realizadas a grupos y colectivos de personas en plena diversión o celebrando la consecución de un objetivo profesional - como los bomberos el día que se hicieron cargo de su primer tanque contra incendios-, ponen de manifiesto un particular estado de bienestar, ignorante del trágico y sangriento final que se avecina.

Durante los años de Guerra Civil, José López sigue trabajando como fotógrafo, padeciendo, como los demás, los rigores, penurias y privaciones provocados por el conflicto. Esperamos que, cuando acabe la catalogación de los fondos depositados, podamos afrontar otra exposición con las instantáneas correspondientes a aquellos años.

Finalizada la contienda y en la dura posguerra, José López incrementa aún más su actividad, ahora acudiendo periódicamente a los pueblos de la provincia para realizar las necesarias fotos para las nuevas cédulas de identidad. Son meses de privación en los que el trabajo se salda con la entrega de productos en especie y pocas veces con el dinero tan necesario. Pero también, como en la etapa antecedente, se convertirá en el notario gráfico de Guadalajara, ahora como una ciudad más de la "nueva España".

Su objetivo durante los años cuarenta será el testigo de las manifestaciones públicas organizadas por el Movimiento Nacional: los actos de beneficiencia, la entrega de condecoraciones, los homenajes del Frente de Juventudes, las tablas gimnásticas diseñadas por don Ramón Solinís en la plaza de toros, o los desfiles de los alumnos de la Academia de Infantería. Y, en la década de los cincuenta, de la renovación urbana de la ciudad, ahora inmersa en un necesario programa de construcciones y obras de equipamiento para albergar el nuevo sistema administrativo que, sobre todo, incide en el paseo Fernández Iparraguirre - eje vertebral de la "Guadalajara del régimen" - donde, por esos años, se construían las sedes del Gobierno Civil, la Audiencia Provincial y el Instituto Provincial de Higiene.

La recuperación económica del país en los años previos y durante la aplicación de los "planes de desarrollo de los tecnócratas" tendrá también su eco en Guadalajara que, paulatinamente, irá regenerando su actividad económica e industrial; incluso, después de perdida la esperanza de recuperar las fábricas de "La Hispano" y del restablecimiento de la Academia de Ingenieros.

Este resurgir afecta igualmente a la actividad de la fotografía profesional, desapareciendo el monopolio que, desde los años treinta, mantenían casi en exclusividad los estudios y laboratorios: REYES y LÓPEZ. Así, en 1948, abre sus puertas en la calle Mayor, bajo la responsabilidad de Casimiro Dombríz, el foto-estudio ANDRADA; y, en 1959, el de Alfonso Reyes; respectivamente, colaborador e hijo del maestro Reyes. Ya para esos años los HERMANOS MAVI eran otro frente de competencia, tanto por las fotografías realizadas a pie de calle - aprovechando los días de paseo en la calle Mayor, en la Concordia y San Roque -, desplazándose a las fiestas de los pueblos o por el servicio que prestaban de revelado de carretes.

A este fenómeno de expansión hay que sumar la comparecencia puntual de los clásicos fotógrafos ambulantes - recordar el paso de Pedro Pulido y Julio Obispo - y la formación de futuros profesionales, como fue el caso de Mariano Viejo, cuyos primeros pasos están ligados al laboratorio de José López. En suma, podemos señalar la década de los cincuenta como una etapa aúrea en el devenir de la fotografía - profesional y de aficionado - en Guadalajara, que cristalizó, en 1956, con la fundación de la Agrupación Fotográfica en el seno de Educación y Descanso.

En este nuevo orden, José López continuará su labor profesional, registrándolo todo en su estudio de la vieja plaza de Oñate: retratando a sus convecinos, realizando reportajes de eventos o fotografiando la trasmutación de su ciudad. En 1975 llega su merecida jubilación con el anhelo de que, algún día, sus hijos mantengan la firma comercial y sigan el camino trazado. Este acontecimiento se producirá en 1985 cuando su hijo José López Cortés abrió un estudio de vídeo y fotografía en la cuesta del Matadero - desde el año 1999 en la calle Pedro Pascual - y que su otro hijo Ricardo hiciera lo propio en la ciudad de Barcelona.

El 15 de Noviembre de 1982, José López Ramiro falleción en Guadalajara, sin poder borrar de su rostro un gesto amargo; aquél generado por el desdén que, durante años, había manifestado haci su trabajo parte de la sociedad alcarreña.

- Texto de Pedro José Pradillo para catálogo de exposición de José López Ramiro en CEFIHGU (Centro de la Fotografía y la Imagen Histórica de Guadalajara)

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